martes, 18 de octubre de 2011

Alas de Mariposa por Anna Blau


Y las cosas se dan como se dan, nada es perfecto, o mejor, nadie es perfecto.
Me recogí el pelo, y el tiempo pasó tan rápido que al soltarlo había crecido dos palmos.
Ahuyenté a todos los fantasmas y sentí la soledad eterna, abrazándome con tanta fuerza que debilitó mi esqueleto.
Y las cosas se dan como se dan, digo.
El mundo como una peonza vaticina pararse en algún momento y como para que no me pille boca abajo vivo corriendo fugitiva de un cataclismo inminente.
Me abren una puerta, me paro, sonrío con la dulzura de una madre primeriza, me lanzo hasta que los músculos y las entrañas se confunden, salgo sutilmente, como para no despertar a nadie y tras el “clic” de la puerta empieza mi carrera contra mi reloj, y lo miro, y no sé, en algún momento se detuvo, pero no tengo tiempo para darle cuerda.
Y las cosas se dieron de un modo, y el modo acomodó mis días a mirar siempre de frente, percibiendo brevemente lo que pasa por mi lado, a veces manoseando para ver si conviene sedar mis pies y degustar el momento.
Y de tanto correr se me olvidó caminar, y al mirarme a un espejo que me perseguía me di cuenta que hacia años que no dormía, y que todos esos sueños formaban parte de mi mente despierta y distorsionada.
Y las cosas que se dieron pidieron disculpas, con tanto retraso que olvidé por completo su legado. Nadie firmó ese perdón animado así  que decidí imponerlo sobre todo el sufrimiento de antes de correr. Y entonces, dormí. 
Dormí tanto que al despertar tenía un mechón de canas nuevas acurrucando mi rostro. Y de la cama fui al jardín, y del jardín fui a la cocina mirando y admirando a mis pies con su decisión íntegra de volver a caminar.
Abrí la ventana y el aire fresco acarició mi pelo, haciendo volar los tirabuzones.
Y quise dar los buenos días al cielo pero de mi boca no surgió un solo sonido, obligándome al silencio cuando llegó la calma.
Y en mis encuentros sonreía, y en mi soledad simplemente admiraba.
Admiraba la perfección de los gatos y la resistencia de los árboles, admiraba a las abuelas, admiraba a las piedras y a cada forma le atribuía, una vida sin escuchar mucho sus relatos, que a veces me enloquecían.
Y un paso, dos pasos, tres pasos.
La vida era un poco más sencilla desde el silencio, sobretodo cuando me creí que sería eterno.
Pero se dio que un día dentro de mi lentitud armoniosa, que un ser llegado de debajo de la tierra entró en mi espacio como el que sale a jugar al patio del colegio, y me arrancó tal carcajada que perdí la manía de no decir nada y dediqué mi sabiduría en carcajearme a la menor oportunidad.


Y mi vida cambió, porque las cosas se dan como se dan. Y el miedo a pararme se disipó por completo, con la seguridad que el cataclismo solo se da en los seres que corren, en los que olvidaron caminar, a los enemigos del silencio, a los que desconocen el idioma loco de las piedras.
Y la vida a veces parecía complicada, hablar era necesario, pero medio mundo estaba predestinado a perecer y sus oídos hacían de las palabras un idioma nuevo que nadie comprendía.
Y en la soledad del camino caminé. Un paso, dos pasos, tres pasos, y me revolqué tanto en mis pensamientos que caminé sumida en una inevitable inercia.
Y al despertar de mi sueño despierta, miré a mi alrededor con la sorpresa y el miedo de haber nacido de nuevo.


El cielo era de color magenta y las nubes de un amarillo mostaza casi comestible, el mar rebosaba una vida desconocida para mí en mi tierra redonda y su canto deleitaba a cada poro de mi piel con letras de sirenas distraídas.


Una carcajada volteó mi sorpresa, y comprendí:
Yo y mis tirabuzones
Yo y mi paso sereno
Yo y mi silencio aprendido
De pronto en el centro, debajo de la tierra, en la invención del mundo de los que todavía inventan.
Me giré sutil a observar mi espalda con un cosquilleo nuevo y desconocido. Y mis lágrimas se deslizaron por mis mejillas, sonrojadas como enamorarte, y refrescaron a mi sonrisa intrastornable.


Tenía alas de mariposa.



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