
Blaise, un segundo antes, se plantó frente a ellos. Sergi, Joan, Claudia y Maria, ninguno mide más de metro treinta, lo miraban mientras Blaise tiraba de un hilo de su pasado y se hacía pasar por mago. Yo su ayudante. “por favor, Anna ¿me puedes dejar un pañuelo?” Yo que le recorto un trozo de gasa amarilla y se lo pirueteo en el aire. Nos hace el truco de que desaparece en su mano y que aparece en el bolsillo de Sergi, el más chiquito.
Así “acaba” el domingo en Mercantic.
Yo escribo en el sofá adamascado mientras escucho facto delafé y las flores azules y me llevan a aquel día en que “él” vió un video absurdo sobre mí, Francás y la casa de mis sueños.
Y traslado los recuerdos a este justo instante, agolpados.
Algunas cosas me parecen irreales. Chequeo algún video más. Suena la música de Somiatruites. Me encuentro unas horas antes de traer al mundo a Roc, con una barriga tan enorme como maravillosa y me acuerdo de Yolanda, que se ha pasado ya cuatro días del nacimiento de Bruno.
Y es que se está muy bien con dos corazones, demasiado insólito como para desprenderse así como así.
Han pasado dos semanas francamente duras… duras de mollera, díria en resumen.
Porque cuando la mollera te lleva a enroscarte a una le parece que las cosas son más complicadas de lo normal. Lo normal…
Porque la verdad es que la única verdad que existe es este momento.
Suena en el piggypod Soledad de Drexler.
Sigo en este sofá adamascado, vuelan trazas de lo que hoy ha sido el mercado porque recién se levantó el viento.
Un niño pasa la rampa con su skate. Un cuadro de luces antiguo me mira escribir mientras yo miro el teclado
Ahora una A… ahora una H… ahora una O… ahora una R… ahora una A.
LOVE
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