Llegó atropellando al limonero que rezaba a las puertas de la caseta 11.
Vecina del que después fuera su mejor amigo en el mercado. 45 quilos y unos ojos enormes y tristes decían bastante de la flacuchenta que acababa de atropellar al árbol caído.
Una caseta hostil, sucia y con goteras a ella le pareció un lugar perfecto para contemplar mientras su vida se desvanecía en la melancolía.

Se amó en clandestino cuando el desamor dejó de dolerle tanto. Se subió en góndola por los pasillos de aquel naufragio. Una estufa la calentó mientras las paredes lloraban.
"A veces me da miedo donde estás" Y ella se callaba. Probablemente, cuando su mirada se desvanecía, no tenía la menor idea de no haber estado. Arrodillado frente a ella le acariciaba la mano antes de salir por patas. Entonces podía amar de nuevo esos ojos inmensos.
Cuando Lady Cake dijo que abandonaba su caseta, la flaca de la caseta 11 ya había repuesto el limonero, un primo lejano de su excasa exconyugal se levantaba orgulloso sin dar fruto que valiera, es más, la disputa era si aquello era un limonero o un naranjo, vamos, un poema.
Lady Cake hacía pasteles de colores y formas imposibles.
Su caseta se erguía mágica al lado del olivo del mercado, pero las tartas se desvanecían por aquellas condiciones que se manifiestan en Sant Cugat en invierno.
A la flaca le propusieron el cambio cuando ya amaba profundamente su patio trasero con herreros, Mary, Abdulah y el amor clandestino. La habían cuidado como se cuida a un limonero atropellado (obviando con esto último que al limonero de mi cuento lo destituyeron por otro).
Del amor me quedo con el AMOR
La muerte no me da miedo, me aterroriza el OLVIDO
Del día me quedo LA NOCHE
Anna Blau
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